El Madrid de Zidane es de película. En concreto, de Macaulay Culkin pero con tilde: Sólo en casa. El equipo que se exhibe en el Bernabéu no aparece cuando se cambia en otro vestuario y lo volvió a demostrar en Granada como en el Villamarín pero con una diferencia, en Los Cármenes sí llegó el 1-2. Con peor juego que en Sevilla, pero con tres puntos en el zurrón gracias a Modric. Un misil del croata a falta de cinco minutos sirve de bombona de oxígeno para los blancos, que se aferran a Luka como un escalador a su piolet en una pared de hielo.
Que no pase por alto el partido del Granada. Mientras las chapas de Zidane parecían desperdigadas por el parque, las rojiblancas estaban siempre colocadas y daba la sensación de que había más en defensa cuando el Madrid atacaba y más en ataque cuando tocaba mirar a Keylor. Con intensidad bien entendida, es decir, de la que quiere jugar y atacar y no impedir el fútbol, los de Sandoval pusieron a los blancos contra el esquinero del ring, pero le dejaron escapar y encajaron un gancho brutal con el que besaron la lona al borde de la campana.
El Madrid tardó media hora en descifrar la combinación de la presión rojiblanca, pero cuando lo hizo desnudó a una defensa tierna que permitió a Carvajal colarse hasta la cocina por su banda y que dejó solito a Benzema en la frontal del área pequeña. Y no falló. 2016 está siendo aquel Año del Gato que cantaba Al Stewart. Seis jornadas consecutivas mojando para Karim, que en los partidos complicados está tomando el liderazgo que deja suelto Cristiano, de nuevo desaparecido cuando más le necesitaba su equipo.
El gol espoleó a un Granada que no se vio inferior y que llegaba con veneno al área de Keylor, con la juventud y el descaro de Peñaranda y Success por bandera. Pero sus ganas no fueron suficientes. Sus jugadas eran buenas pero fallaban en la definición. Tenían mucha prisa por vestirse y, ya con el abrigo puesto, no encontraban el gorro en una habitación pequeña. Y mandaron ocasiones al limbo de las que se echan de menos en el pitido final. De las que se aprende con la edad. Y aprenderán, porque son muy buenos.
Y eso, que el Madrid se fue al descanso con ventaja pero a la vuelta de vestuarios volvió a pecar de bostezo. Barral puso en apuros a Keylor, Modric avisó a Andrés con un zapatazo que exigió un paradón y llegaron las dos jugadas que pudieron marcar el encuentro. Benzema se quedó de nuevo solo delante del meta local, pero su definición no fue buena y una mano milagrosa de Andrés permitió que, dos jugadas más tarde, en el 60′, El Arabi hiciese gala de su velocidad y definición para poner las tablas. Bueno, eso y un placaje de Gil Manzano a Modric que provocó la contra del Granada.
Estaba desconocido el Madrid, incómodo sin el Bernabéu de fondo. Hasta Varane, símbolo de la regularidad, estuvo mal. Pases al infinito, jugadores que no se entendían y un rival con ganas de dar gas y cortar de raíz toda esperanza de luchar por el título. Pero apareció Modric, melena al viento, zapatos de claqué, cuerpo que inspira fragilidad y suda firmeza y mente de estratega militar. Pases, buen toque, ojos biónicos y precisión de cirujano. Como en Old Trafford, Luka salió al rescate blanco y soltó un zapatazo a la escuadra, inapelable, para ver desde todos los ángulos y decirle a tu hijo o a tu hija: “Así se le pega a un balón”.
Un directo a la mandíbula del Granada a falta de cinco minutos. Y se acabó. Tres puntos que rezuman sudor de esfuerzo y del frío, de ese que recorría el cuerpo de los madridistas dos segundos antes pensando en otra Liga en vitrina ajena. La naturaleza del Madrid impide darle por muerto aunque esté a cuatro puntos (que pueden ser siete) del Barcelona y aún esté por detrás del Atlético.
Modric, su gol, su grito, representaron como nada el espíritu blanco, ese que sigue creyendo en la Liga aunque esté custodiada por un dragón en lo más alto de la más alta torre.
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